Por Jorge Appelgren Cienfuegos.

El seis de abril de 1945, zarpa desde Tokuyama la fuerza de combate de la operación Ten-ichi-gō, con la misión de apoyar a las fuerzas que defendían la isla de Okinawa, durante la segunda guerra mundial. Esta misión era considerada por muchos, dentro de la marina japonesa, como una acción “Kamikaze”, un gesto noble de la marina, para con los cientos de pilotos que estaban sacrificando sus vidas en sus aviones, durante las últimas etapas de la guerra. La pequeña flota estaba compuesta por ocho destructores (Asashimo, Hatsushimo, Isokaze, Hamakaze, Yukikaze, Suzutsuki, Fuyuzuki y Kasumi), el crucero ligero “Yahagi” y el superacorazado “Yamato”, último sobreviviente activo de la otrora formidable fuerza de acorazados de la armada nipona.
El objetivo principal de la misión era lograr aproximarse a las costas de Okinawa, para enfrentarse a las flotas de desembarco anfibias que se encontraban operando cerca de la isla. Si bien el Yamato fue el acorazado más impresionante de la historia, las fuerzas aliadas contaban con unidades más modernas y numerosas, además de poseer un control casi absoluto del cielo, debido a la pérdida masiva de portaaviones y pilotos que Japón había sufrido durante las campañas anteriores de la guerra. La presencia de submarinos en todo el trayecto se sumaba a los muchos factores que hacían de la campaña algo imposible.
La idea de la misión era que la flota lograra llegar frente a las costas de Okinawa, entre las localidades de Higashi y Yomitan, donde pelearían contra las fuerzas invasoras de los aliados. Como se preveía la destrucción de las naves, desde un principio de indicó que los buques deberían combatir como baterías costeras, negando sus capacidades como unidades móviles y convirtiéndose en fortalezas costeras. Una vez destruidas las naves, quienes sobrevivieran deberían dirigirse a tierra, para pelear junto a los defensores de la isla.
Muchos se resistieron a la misión, considerándola un desperdicio de recursos y de vidas. Entre ellos, estaba el almirante Seiichi Itō, quien a pesar de sus observaciones sobre la misión, se hizo cargo de la misma, pereciendo a bordo de su nave insignia, el Yamato.
El acorazado Yamato fue el buque blindado más grande de su tiempo y continúa siendo el buque más grande y pesado de su clase, en la historia. Fue parte de una clase de super acorazados denominada clase “Yamato”. Esta clase estaba constituida por dos naves: el Yamato y su nave gemela, el Musashi. Una tercera nave fue completada hasta su casco, pero fue finalmente convertida en un portaaviones y bautizada como “Shinano”. Un cuarto casco, denominado “Casco Número 111” fue desguazado en 1943. Un quinto miembro planificado, denominado “Casco Número 797”, nunca se comenzó.
La creación de estos super acorazados se debió a la imposibilidad de Japón de competir en número de buques con las naciones de occidente. Por esta razón, se consideró la opción de construir un número menor de naves, pero con capacidades muy superiores a las de sus adversarios. El proyecto comenzó en marzo de 1937 y el Yamato no fue concluido hasta su asignación, el 16 de diciembre de 1941. Contaba con los cañones más grandes jamás colocados sobre un navío; nueve cañones de 460 milímetros (46 centímetros). Estos cañones, montados en 3 torres acorazadas, podían disparar a la asombrosa distancia de 42 kilómetros. Era tal la distancia que, en su máximo alcance, la curvatura de la Tierra no permitía ver el objetivo en el horizonte, por lo que debía hacer uso de un avión de observación para poder apuntar. Otro aspecto impresionante fue que cuando sus cañones disparaban, cualquier persona que se encontrara cerca en la cubierta, podía ser literalmente desintegrado por la fuerza de la onda expansiva del disparo. Por este motivo, todos los puestos de artillería antiaérea debieron ser protegidos con cubiertas protectoras.

Ilustración de las vistas lateral (por estribor) y superior del acorazado “Yamato”, en su configuración de 1945.

Un aspecto interesante del diseño de este buque fue la inclusión de un segundo timón más pequeño, colocado más hacia proa que sus timón principal. La razón de este detalle fue ni más ni menos que el hundimiento del famoso acorazado alemán “Bismarck”, el cual perdió su capacidad de maniobra al recibir un torpedo en su popa y fue posteriormente hundido en 1941. Sin embargo, las pruebas iniciales mostraron que este pequeño timón era casi completamente incapaz de hacer virar el gigantesco leviatán.
Otro aspecto interesante del diseño del Yamato era su capacidad de usar sus baterías principales de 460 milímetros como armas antiaéreas. Los cañones de la clase Yamato podían disparar proyectiles llamados “Shiki tsûjôdan” o “Beehive” (Colmena), que eran proyectiles huecos explosivos, rellenos con miles de proyectiles más pequeños. Sin embargo, este tipo de proyectiles demostró ser muy ineficiente, siendo altamente incapaz de derribar aviones en la práctica.

El Yamato bajo ataque, el 7 de abril de 1945, hundiéndose por la popa y con un gran incendio en la misma.

Durante su batalla final, en su intento de alcanzar Okinawa, el Yamato recibió once torpedos y ocho bombas confirmadas. El crucero ligero Yahagi fue hundido, luego de recibir siete torpedos y doce bombas. De los ocho destructores, sólo cuatro sobrevivieron y pudieron volver a Japón (Fuyuzuki, Yukikaze, Hatsushimo y Suzutsuki) , llevando a los sobrevivientes de las naves caídas.
A las 14:20 horas, del 7 de abril de 1945, el Yamato se volteó por su lado de babor (izquierda), producto de los impactos de torpedos, y comenzó a hundirse. Una enorme explosión ocurrió a las 14:23 horas, producto de la detonación de sus almacenes de municiones. La explosión pudo oírse a 200 kilómetros, en Kagoshima; y formó una nube en forma de hongo de 6 kilómetros de altura.
De los 2.700 tripulantes del Yamato, sólo 280 sobrevivieron a la batalla. En total, 3.700 japoneses perecieron en la batalla de la operación Ten-ichi-gō.
La operación Ten-ichi-gō fue un total fracaso para los planes de las fuerzas armadas japonesas, debido a la avasallante superioridad material de las fuerzas aliadas. Curiosamente, fueron los japoneses quienes llevaron a la obsolescencia total el concepto del acorazado como fuerza principal de combate naval, con su ataque a Pearl Harbor, en 1941. El mismo artífice de ese ataque y uno de los principales oficiales de la marina imperial japonesa, el almirante Isoroku Yamamoto, habría indicado al enterarse de los planes para la construcción de la clase Yamato, que prefería usar esos recursos para construir aviones y portaaviones, ya que eran el arma del futuro.
Actualmente, el Yamato es recordado en distintas expresiones de la cultura japonesa. Se ha levantado un museo con una réplica enorme a escala 1:10, se han realizado películas sobre la historia de su tripulación final (Otoko tachi no Yamato, 2005) y hasta algunos títulos de manga y anime lo recuerdan, honrando su discutible, pero fascinante existencia e historia.

Maqueta a escala 1:1 usada en la película “Otoko tachi no Yamato”, de 2005. La torre principal y otras partes altas de la superestructura no existen, debido a restricciones del plano regulador de la ciudad de Onomichi, en la prefectura de Hiroshima.

Uchū Senkan Yamato, un anime que hace un tributo a esta nave, desde 1974.

 

-Jorge Appelgren Cienfuegos, Viña del Mar, 7 de abril de 2014.

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